Te juro que pasaba por aquí,
como pasa el aire bajo las faldas de las secretarias,
que no tenía intención alguna de encontrarte
ni de que existieras
incluso cuando te vi pensé que eras otra,
cualquier otra,
y no mi vida.
Luego un amigo de esos que se tienen
por casualidades alfabéticas,
me preguntó aquello de:
- ¿Que tal tu vida?
- Mi vida, mi vida es realmente preciosa. Contesté.
Se fue fingiendo una sonrisa calle abajo.
Nunca entenderé porque la gente es más feliz,
si comparte la tristeza.
El caso es que mi vida tiene los ojos verdes
y yo no lo sabía
y cuando sonríe se come toda las oscuridad de la noche de golpe.
Resulta que mi vida cuando camina,
apretada a los edificios de las calles
donde pienso besarla algún día,
su culo baila a dos orgasmos por minuto.
A tres si la pienso sin bragas.
Parece sacada de las manos de un dibujante disney
una noche que se pasó con el deseo.
Realmente preciosa de veras.
Como lo amaneceres de las playas de Cádiz,
o el pie de Salma Hayek en cierta película de zombies,
como ver nevar tras los ventanales de tus ojos
o el preludio cualquiera antes de un beso.
Algo así.
Y es cierto que pasaba por aquí,
como una gota de agua pasa por tu pezón izquierdo,
que si alguien me hubiera dicho,
tu vida espera el autobús y no fuma
y lleva botas planas de esas
que no avisan cuando llega el deseo,
si me previenen de que mi vida
es tan paisaje de nadie
y tan sueño de todos,
o es tan bonita que duele
hasta el aire que respira y no te toca.
Seguramente hubiera cogido otro camino para no verla.
Pero ahora que está ahí delante,
haciendo con su goma del pelo
el truco de enamorarme hasta el odio,
ya no puedo hacer otra cosa que amarla.
A mi vida,si,
tanto y de un modo tan intenso
que es la primera vez en cuatro años
que le tengo miedo a la muerte.