Lo único que quiero es correr
y que cualquier recuerdo de ti
se asfixie junto a un bordillo
a tres galaxias de distancia de mi vida.
Debo ser el eslabón perdido entre el mono y Adán
y ella una mujer de esas
a las que quieren hasta las suegras.
Por eso quizás ahora,
debería arrancarme tus adjetivos
con pinzas de tender la ropa
y del hilo cualquiera de tu pijama rosa
colgar mi cadáver,
que mi cuerpo se columpie de tu ausencia.
Que el desamor parezca un juego de niños
y no el fallecimiento de un hombre.
Y cuando hablo de morirme,
no estoy hablando de la muerte
si no de la parte de mi vida que te llevas.
Junto a mi colección de suspiros,
justo al lado de mi ultima risa,
en medio de aquella lágrima que se me cayó
cuando llenaron a Clint Eastwood de acero
en aquella película sin héroes,
está tú "siempre" cubriéndose de polvo.
Y aún así todavía me emociono
cuando en el espejo del baño
tu nombre y un corazón crecen sobre el vaho.
Es lo mas mágico que pasa entre estas paredes,
desde que hiciste clik sobre la puerta
y desapareciste.
Un truco muy viejo por cierto.
Muy viejo y muy sucio.
Los dos sabíamos perfectamente,
que en una relación cuanto más fuerte es el portazo,
más intenso es el amor.
Pero a un clik,
no hay modo alguno de agarrarse.
Los chirridos de las bisagras,
son los insultos de las mujeres
que ya no volverán.
Esta maldita casa tiene un eco
y me duele el idioma de las puertas,
como violinistas de barcos hundidos
sacando a flote todas mis miserias.
Y maldigo,
aquellas canciones que pusiste en mi pecho
antes de arrancarme el hígado a base
de penúltimas copas en bares,
donde los besos huelen a látex y a fracaso.
Cuando el dolor se hace rutina,
el amor se evapora
como lágrima en la ducha.
- Serías la última persona del mundo a la que amaría ahora.
Eso dijiste.
No reproché nada,
porque exactamente a mí
también me ocurre lo mismo.
Que soy la última persona,
a la que amo.